martes, 7 de septiembre de 2010

Es momento de (des)ordenar las ideas. Es momento de decir la verdad. Es momento de gritar
-ya basta-.
Es momento de increpar al aire, de ver si el eco de un aullido llega a ninguna parte. Es momento de arañarse las palmas de las manos y morderse la lengua hasta sangrar, aunqe siempre es buen momento para eso. Sangrar. Cuando creas que ya lo has expulsado todo, "plop" seguirán manando gotas de la herida.
Heridas abiertas, todo un culmen de heridas abiertas. Un amasijo de visceras, dolor y brechas insalvables.
Te vas perdiendo en brechas de inconsciencia, un torbellino que te transporta al centro de ninguna parte; solo hay vacío. Hay vacío y hay lágrimas. !Vamos, llora! eso significa que estás vivo ¿no? Al menos cuando vine aquí me indicaron eso.
Enrabietate en la oscuridad de un tugurio mental y golpea tus paredes craneales hasta que te de jaqueca. Solo son un montón de demonios internos tirando de tus circunvoluciones cerebrales como si fueran espaguetis. Una guerra de comida en tu cabeza.
Comida y hambre y sangre y sesos. Pero sobre todo, hambre. Hambre de comida y de algo que no sabes ni lo que es, que ni siquiera sabes si existe.
Necesidades desordenadas, (des)ordenes, caos. Quién coño establecio que ese orden era el correcto.
Es momento de gritar ¡ya basta! y arañarse la cara, es momento de sincerarse, de decir "no he cambiado, sigo siendo la misma". Es momento de golpearse el pecho y mirar al frente, y maldecir al suelo mientras te arrodillas rogando al cielo.
Oidos sordos y ojos ciegos. Solo veis lo que quereis ver, solo escuchais lo que quereis escuchar.
Frustración, necesidad de dejarse ir poco a poco.
Como un globo de helio, elevarse y ondular hacia algún lugar seguro y por encima, donde ni siquiera te rocen las nubes.
Roces. Van erosionando la superficie, van erosionando hasta casi comerte el hueso.
Hay que romperse en mil pedazos y dsperdigarlos en el espacio para evitar eso. Hay que dar un fragmento, dejar ver solo porciones de una verdad demasiado grande, para no caer consumido y postrado finalmente en un montoncito de diminuta e insignificante
mierda.
A eso es a lo que se reduce todo, a poner mejillas de una infinidad de rostros distintos que ni siquiera son verdaderamente el tuyo.
Y en el día a día pongámonos una máscara y bailemos este absurdo
una
y otra,
y otra vez.